martes, 14 de septiembre de 2010

¿Los funerales de una Mama Grande?

Por Giselle Bortot A.

Las Cazuelitas está ubicado al lado de un convento y en frente de una droguería. Su propietaria, Susana Bello, era quien atendía a todos sus clientes, que eran más o menos,  la mayor parte de los habitantes del municipio de Cajicá. En Las Cazuelitas se vendía cerveza, fritanga y más cerveza y todos los días, especialmente los fines de semana, el lugar estaba lleno.
Susana, la dueña y señora de este sitio, en el que además vivía, era gorda, de baja estatura, morena y con sombras azules en sus ojos y siempre usaba un delantal sobre su falda. Ella se sentaba en la entrada, en un pequeño banco con las piernas medio abiertas para poder sostener el peso de su enorme barriga, mientras saludaba a quienes entraban y a los que pasaban por el frente.
Definitivamente Las Cazuelitas era un lugar especial para los habitantes del municipio, no puedo decir con seguridad hace cuántos años que Susana lo había creado, sin embargo lo que sí sé es que desde que yo estaba muy pequeña y pasaba por el frente de ese lugar la veía ahí sentada, con su cara mal maquillada que me asustaba mucho y su descomunal gordura que parecía sacada de un cuento de García Márquez.
El pasado martes 24 de agosto, Susana Bello falleció. Días antes se había sentido muy mal, la llevaron al hospital donde dijeron que tenía una falla pulmonar por haber bebido y fumado mucho en su vida y problemas en el corazón por su alimentación a base de grasas. El médico la remitió a un hospital en Girardot para que pudiera respirar mejor, aunque esto no sirvió de mucho porque a los pocos días falleció. El miércoles el cuerpo sin vida de Susana ya había sido trasladado hasta Las Cazuelitas en Cajicá, donde fue velada, acompañada de sus familiares y numerosos clientes.
Su entierro fue monumental, el ataúd de Susana fue llevado desde su casa hasta la iglesia del pueblo por aproximadamente 15 hombres, a los que se les veía en la cara la fuerza que debían hacer para cargarla. Detrás de ellos iba un grupo de mariachis que tocaron y cantaron durante todo el trayecto y un río de personas vestidas de negro que lamentaban la partida de la Mama Grande.
La iglesia estaba llena de flores, había mucha gente, unos lloraban desconsolados, otros hablaban en voz baja de quién había sido Susana y otros simplemente fueron a mirar semejante acontecimiento que revolucionó el pueblo. A su entierro asistieron hasta sus vecinas, las monjas y novicias del convento; al salir de la iglesia se formó una enorme mancha negra que rodeó al ataúd, cantaron unas canciones junto a los mariachis y la acompañaron mientras caminaban hasta el cementerio.
Susana ya no está, pero sus clientes sí. Sus cinco hijos, al día siguiente del entierro, reabrieron Las Cazuelitas, porque como dice el dicho, el muerto al hoyo y el vivo al baile.

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